martes, 23 de junio de 2009


LA SALUD ES SUBVERSIVA

Verônica Loss

“Somos lo que comemos”, dijo Hipócrates, el padre de la medicina. Máxima esta hoy en día bastante olvidada por la clase médica en todo el mundo. Nos intoxicamos y enfermamos en función de lo que pensamos, de lo que sentimos y de lo que comemos. No, las enfermedades no caen del cielo como rayos y no es al azar que golpea a sus victimas. Nosotros somos responsables por nuestra vida y todo lo que sucede con ella, inclusive por las enfermedades que nos producimos.

La enfermedad debería ser un camino de reflexión. “¿Qué hice de mi vida para llegar hasta aquí, como produje esta enfermedad? Lo que comí, lo que sentí, lo que pensé para tener como consecuencia este estado de salud?”

Muchas veces nos encontramos con la expresión “enfermedad civilizatória”. ¿Que es que los medios de descomunicación masiva quieren decir con eso? Que son enfermedades que existen a partir del crecimiento de la civilización y de todos los desgastes ambientales, físicos y emocionales que ese crecimiento trae con él. Simplemente parece que la civilización creció, trajo una serie de enfermedades en el equipaje y la gente tiene que tragar y convivir con eso, como consecuencia natural. Como siempre, los medios de desinformación capitalistas no dan el verdadero nombre a las cosas, pasan la información de manera recortada para lograr una comprensión igualmente recortada.

NO precisamos tragar esa desinformación así, de cualquier manera, con un vaso de coca cola para eructar después. Podemos sí, perder la mirada ingenua sobre las cosas y comenzar a cuestionar de manera más detallada todas las formas que la sociedad de consumo nos viene abduciendo de manera casi silenciosa. Sólo como ejemplo: comida-enfermedad-medico-remedios. Mucha gente entra en ese círculo vicioso sin percibir. Luego al principio de él está la comida, y es cuando las personas se olvidan de aquel viejo dicho: “el pescado por la boca muere”. El medico también se “olvida” de preguntar que es que la persona enferma anda comiendo, al final, “¿qué tiene que ver una cosa con la otra? Voy a pedir unos estudios, dar unos medicamentos y estaré cumpliendo con el juramento hipocrático.” Sí, ¡hipocrático! Del mismo Hipócrates, padre de la medicina, que dijo: “somos lo que comemos”! Y así entramos y nos dejamos llevar, y rapidito pasamos de meros tragadores de toda la basura bebible y comestible que los medios presenta, a voraces consumidores de pastillas, inyecciones, exámenes clínicos, consultas medicas particulares o ser un ciudadano más a engrosar las colas de salud públicas. Y nos convertimos en un engranaje más de esa maquina que nos necesita para comercializar toda su experiencia química-científica que costó millones de dólares y precisa ser comercializada, al final para eso sirven los sueldos de los científicos pagados por las multinacionales, esas que circulan con desenvoltura entre la producción de medicamentos, agroquímicos y armamentos. ¿Por qué será? Seria porque usan la misma materia prima?

Vamos a pensar un poco de manera crítica sobre la diabetes. Esa enfermedad que en los días de hoy está siendo vista como PANDEMIA. Según la Federación Internacional de Diabetes, “La Diabetes Mellitus es una pandemia en crecimiento. En 1996, cerca de 30 millones de personas afectadas vivían en América del Sur, más de un cuarto de los diabéticos del mundo. Para el año de 2010, se espera que llegue a 40 millones. De ellos, cerca de 20 millones serán de América Latina y Caribe.”

Thomas Willis, en 1679, hizo una magistral descripción para la época de la diabetes, quedando desde entonces reconocida por su sintomatología como entidad clínica. Fue él quien, refiriéndose al sabor dulce de la orina, le dio el nombre de diabetes mellitus (desvío de orina con sabor a miel), a pesar de ese hecho ya haber sido registrado cerca de mil años antes en la India.

En 1775 Dopson identificó la presencia de glucosa en la orina, o sea, ya era tanto el consumo de azúcar que era inevitable percibir el exceso saliendo por las vías urinarias. No faltó industria farmacéutica para financiar investigaciones hasta que, en la década del 20, descubrían que el “defecto” era en el páncreas, o sea, las personas que eran enfermas tenían un órgano que no conseguía digerir el azúcar consumido. Por otro lado, la industria alimenticia, ya en esa época, había aumentado a larga escala la incorporación de azúcar en alimentos y criado la necesidad de dulces en la vida cotidiana. El pobre páncreas, ese engranaje tan perfecto de la maquina humana, criado por la naturaleza para digerir fructosa, maltosa y otros azúcares complejos en poca cantidad, iba cada vez más siendo bombardeado por el altamente refinado azúcar blanco, tan refinado y peligroso como la cocaína, con cantidades de sacarosa imposibles de digerir. Como si no bastase ahora él era el “defectuoso”.

En 1923 el Dr. Frederick Banting gana el Premio Nobel por inventar una manera de extraer insulina de páncreas de animales muertos para inyectarla en las venas de seres humanos. ¡Pronto! Todos podemos comer azúcar sin miedo! El Dr. Banting intentó desesperadamente avisar que la insulina no era la cura de la diabetes, que la única solución seria “parar con esa peligrosa borrachera de azúcar”, mas no sirvió para nada. A esa altura, diabetes e insulina ya se habían convertido en un gran negocio para la industria alimenticia-médico-farmacéutica. Y se continuó con la misma denominación, diabetes mellitus, o sea, culpa de la miel.

Comparando con una persona sana, el diabético tiene 40 veces más chances de gangrena y amputaciones, 25 veces más chances de ceguera, 17 veces más problemas renales, 2 veces más riesgo a problemas coronarios. Los efectos menores del consumo de azúcar pueden ser jaquecas, gastritis, presión descontrolada, fatiga, acidez, encía sangrando, impotencia, infecciones crónicas, glaucoma, cataratas, obesidad, problemas intestinales, disfunción hormonal, caries, dificultades de concentración y aprendizaje, ansiedad, depresión, neurosis y todavía otras infelicidades sin diagnostico.

Con el aparecimiento de la pandemia de la diabetes, las industrias química, farmacéutica y de alimentación no quisieron quedarse atrás y perder esa gran oportunidad de seguir lucrando. Se le ofrecen al enfermo diabético, y a las demás personas desavisadas y con la más pura intención de mantener la salud en orden, edulcorantes artificiales hasta más peligrosos que el propio azúcar, y prohibidos en muchos países fuera de Latinoamérica, como el aspártamo, sacarina, ciclamato y acesulfamo. Ellos están presentes de manera oculta hasta en productos “inocentes” como crema dental, jarabes y remedios infantiles. En Uruguay, donde la industria azucarera es poco desenvuelta, ellos se volvieron mucho más baratos que la propia azúcar, y se encuentran en el mercado una gran cantidad de productos industrializados, principalmente refrescos, donde son usados exclusivamente edulcorantes artificiales y no expresan ningún tipo de aviso en el rótulo. En esos casos los niños acaban siendo los mayores perjudicados, pero no importa, lo primero es el lucro.

Y así estamos en esa rueda viva. La sociedad de consumo, con sus grandes ofertas de alimentos de todos los sabores, colores y tamaños, ricos en ingredientes sintéticos, en la verdad lo que ofrece son no-alimentos. Esos no-alimentos proporcionan un nivel de sensaciones placenteras muy grandes y poco o nada en nutrientes, verdaderamente esenciales para la vida. El sabor dulce, ya sea producido por azúcar refinado o edulcorantes artificiales, es el gran protagonista de esos falsos estímulos alimenticios. Lo que debería nutrir, enferma. Buscamos cuidados médicos y encontramos, la mayoria de las veces, tratamientos medicamentosos y deshumanizados. En muchos casos el doctor ni siquiera mira en los ojos del paciente. Receta rápido el remedito. El remedito nos mantiene en actividad por algún tiempo, para seguir trabajando, produciendo plus valia y, principalmente, consumiendo las mismas porquerías de siempre. Hasta que aparece otra enfermedad, consecuencia de los malos hábitos de consumo que no aprendemos a cambiar y agravada por el tratamiento medicamentoso.

Busquemos la libertad en todos los sentidos. Pero, antes que más nada, libertad a través de la boca. Que no metan en nuestra boca, en nuestro cuerpo y en nuestra conciencia aquello que no nos hace bien, que nos enferma y debilita para seguir luchando contra las injusticias sociales. Es eso lo que el sistema quiere: luchadores enfermos, debilitados, viciados. Porque, como dijo Sônia Hirsh, “la salud es subversiva, porque no da lucro a nadie.”

Fuentes de consulta:

Wikipedia.org

Sem açúcar e com afeto – Sônia Hirsh. Ed. Corre Cotia

Sociedad Brasilera de Diabetes - www.diabetes.org.br

Versión em español: Hugo Peña

Gracias a Mercader por la imagen

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